Ante la adversidad, este año el Festival de Cine Europeo de Sevilla reapareció grandioso en su novena edición. Durante una semana, el mejor cine europeo de autor corrió por las venas de la capital andaluza. Más de 150 películas repartidas en doce secciones coparon las salas de proyección del centro de Sevilla con un programa potente; un recorrido por los últimos gritos de la cinematografía europea, la periférica, la que no suele ser invitada en las salas de cine comercial. Un justo espaldarazo a la fábrica de sueños californiana.
El Festival de Cine Europeo de Sevilla, impulsado por el Instituto de la Cultura y las Artes de Sevilla y por el Ayuntamiento de la ciudad, ya cuenta con nueve ediciones a sus espaldas. El 2 de noviembre se realizó la gala de inauguración de su IX edición en la que se rindió homenaje a la cineasta francesa Agnés Varda, con el premio de honor a toda su carrera y con una retrospectiva de toda su obra. Precursora de la Nouvelle Vague, el cine de Agnés Varda ha estado a la vanguardia de la creación fílmica, con un punto de vista agudo y personal.
El actual director del certamen es el asturiano José Luis Cienfuegos, el que fue durante dieciséis años director del Festival Internacional de Cine de Gijón, hombre de cine que goza de reputada carrera y admiración. Con él las sedes del festival se han trasladado al centro de la ciudad y las actividades paralelas han recibido un justo impulso. También el certamen ofreció una nueva sección, que ha servido de perfecto contrapunto a la oficial: Las nuevas olas.
Propuestas estéticas y narrativas arriesgadas han convertido el centro de Sevilla en un auténtico laboratorio audiovisual, un hervidero de formatos híbridos a caballo entre la ficción y el documental. En esta sección, dos películas de directores emergentes españoles tuvieron una sorprendente acogida entre el público y se hicieron con algunos de los galardones. Arraianos, documental del cineasta gallego Eloy Enciso, Premio del Jurado Camp_us, un ensayo poético que nos transporta a un pueblo perdido entre Galicia y Portugal. Y Mapa, del español León Siminiani, que se llevó el premio Eurodoc de No Ficción. Una especie de diario de viaje del propio director en pleno bloqueo creativo, que recrea sus absurdos dilemas amorosos de forma inteligente, con ironía y humor. Saltándose en ocasiones las reglas narrativas del cine de ficción, el cineasta establece un juego con el público para construir un experimento fílmico que transgrede las claves del género; que podía haber fracasado y que, sin embargo, le ha salido bien, porque el público entró en el juego desde el primer minuto. Durante su presentación, el director respondió a las preguntas de los asistentes y, entre ellos, una pregunta inesperada, la del familiar de la coprotagonista. Son las sorpresas del cine documental, ese feedback tan posible después de una proyección, que hace que la película no muera con su último fotograma, que crezca y permanezca.
En la sección oficial, este año el cine de Europa del este y el nórdico ha colapsado las pantallas del festival con pequeñas historias de personajes, dramas intensos y conflictos narrativamente inquietantes. Eat sleep die se llevó el principal palmarés del festival, el giraldillo de oro, adentrándose en la vida de una chica trabajadora de un pequeño pueblo sueco. La directora, Gabriela Pichler, que presentó la película, da una visión enérgica de la clase obrera a lo Ken Loach pero con la particularidad de ambientarlo en un país considerado modelo de bienestar.
El premio al mejor guión se lo llevó Paradise: Faith, segunda cinta de la trilogía Paradise del austríaco Ulrich Seidl, una historia sobre fanatismo religioso narrado excepcionalmente, perturbadora y con una capacidad inusual para espantar y hacer reír indistintamente.
Sin embargo, lo más difícil fue hacerse con una entrada para lo que prometía ser la joya del festival, agotadas una semana antes del comienzo del certamen. Amour, la última película del director alemán Michael Haneke, se llevó el premio EFA, de la Academia de Cine Europeo; una obra maestra que sitúa a Haneke en el podium del cine contemporáneo. El cineasta, con títulos en su filmografía como Funny games o La pianista, se desmarca del retrato perverso del dolor y realiza su película más íntima y humana. Esta vez adentrándose en la vejez y contándolo desde el más honesto amor. Con un cine que consigue hacer vibrar al espectador, apoteósico en su forma de narrarlo y conmovedoramente interpretado, la cinta derrocha ternura y sabiduría fílmica, no le sobra ni le falta nada. Impecable. Con esta tierna frialdad, la película también conmocionó en Cannes y se llevó la Palma de Oro.
El cineasta danés Thomas Vinterberg, uno de los fundadores del movimiento Dogma 95 y pieza clave del cine contemporáneo mundial, fue también galardonado por su última obra The hunt, con el premio que otorga la Asociación de Escritores Cinematográficos de Andalucía (Asecan) en una película que vuelve a demostrar el buen pulso de su cine.
La realidad es que durante nueve días, las salas de cine del centro de Sevilla han visto crecer colas interminables de espectadores ávidos de ver. En muchas de ellas las entradas se agotaban y había que recurrir rápidamente a la opción B dentro de un programa en el que se simultaneaban decenas de películas. Fue gratificante encontrar a ese público expectante y consciente de que la mayoría de las cintas proyectadas nunca llegarán a las salas comerciales por ser cine de autor, europeo e independiente. Así lo proclamó el director del festival, José Luis Cienfuegos: “No es una exageración, de hecho, proclamar que savia nueva fluye por el subsuelo y la superficie del viejo continente. Y por el aire, futuras semillas fecundas.”